CUANDO EL MURO TRAJO LA MEMORIA
LA MUDANZA
Los días de mudanza siempre son
estresantes. Mira que mi madre siempre me ha dicho que los días previos tiene
uno que organizarse. Pues no lo consigo. He hecho unas cuantas mudanzas en mi
vida y sigo sin tomármelas con cierta tranquilidad. Además, esta mudanza no era
“mi” mudanza. Me había tocado de rebote. De mis once hermanos parece que era yo
la más desocupada, o la más eficiente, aunque en realidad es que yo soy la más joven de los
doce y para ellos, sobre todo los más mayores, esto se les hacía un mundo.
Aunque no me sobra tiempo para mucho, entendí que había que echar una mano y me
organicé para tener el día libre.
Con mis tres hermanos mayores, Margarita,
Luis y Manuel, nunca he llegado a
convivir, pero nos llevamos muy bien gracias a los esfuerzos de mamá, que con
paciencia y voluntad de mantener el apego entre hermanos, nos había transmitido
lo necesario de estar ahí, los unos para los otros. Cuando yo nací, ellos hacía
tiempo que habían salido de casa. Nos vemos en los acontecimientos familiares,
en Navidad, en el bautizo o la Primera Comunión de algún hijo, en el cumpleaños
de otro. Mamá, (no sé cómo lo hace) atiende a todo el mundo y no se pierde una.
Una vida y una agenda dedicada a la
familia. Pero siempre resulta complicado. Desde hace años es difícil que todos
coincidamos. Lo solemos conseguir una vez al año, generalmente entre Nochebuena
y Nochevieja. Reservamos en algún restaurante espacioso, de menú concertado y
nos juntamos. Salvo aquel año que Luis estuvo tan malito y el año que murió papá,
gracias a Dios sigue sin faltar nadie. Mis tres hermanos mayores, ya son
abuelos. Tengo sobrinos que me sacan algunos años. Así que, no están para mucha
mudanza.
El resto, fuimos naciendo “de seguido”,
como dice mi madre. Cuatro chicas (además de mí) y cuatro chicos. A mis padres
les pareció original utilizar las vocales para elegir nuestros nombres y de
modo ordenado escogieron Ana, Eugenia, Isabel, Olivia. A mi me tocaba un nombre
que empezara por la vocal “u”, pero los nombres como Úrsula, Urraca, Udilia, y
Ulderica, les parecían una condena para toda la vida, así que decidieron
llamarme Alma, porque así se llamaba la protagonista de una novela que había leído
mi madre justo durante el embarazo.
También están los chicos, Javier, Francisco, Alejandro y Miguel. Menos
Alejandro, que se fue a vivir a Miami, al resto, el destino nos colocó en
Granada.
El caso es que la casa de la familia se
había vendido hacía pocos meses y había que sacar todos los muebles y enseres.
Mamá se había emperrado en que tenían valor, más sentimental que real, pienso
yo, y que había que enviarlo todo a un guardamuebles hasta que tomáramos la
decisión sobre qué hacer con ellos.
En realidad, lo de la venta de la casa
había surgido de casualidad, porque mamá no tenía mucha intención de deshacerse
de ella hasta que llegaron con una oferta que, según la emoción con la que nos
dio la noticia, parecía que había sido buena. Pensaba que ese dinerillo podría
venirnos bien.
Para mí, que conozco bien el sector de la
construcción de los tres años que trabajé en una constructora , no me parecía
tan buena oferta, porque con la crisis había bajado mucho el mercado
inmobiliario. Pero la decisión estaba tomada y no quería ser yo la que castrara
la ilusión de mamá. Por otro lado, con tantos a repartir no es que fuera a dar
para mucho.- Lo importante no es el dinero- me dije a mi misma, sino el hecho
de que ella estaba convencida de que nos solucionaba algún problema todavía no
confesado y eso le hacía sentir que seguía cuidándonos. Además, desde hacía
tiempo la casa estaba cerrada y solamente generaba gastos. Mis hermanos y yo afortunadamente
teníamos resuelta la vida, por lo que nadie tenía la necesidad de quedarse con
aquella casa. - Ya que ninguno tiene especial interés en quedársela – nos dijo –
así que no me queda más remedio que aceptar la oferta y os da para un viajecito
o para algún apuro - comentó el día que nos contó que la había vendido.
Hay que admitir que esta crisis nos ha
dejado a todos algo tocados y a ciertas edades reinventarse no es tan fácil. Yo
lo tuve que hacer, cuando la constructora empezó con los despidos, y finalmente
salió bien - demasiado bien - diría yo. Me costó unas cuantas lágrimas volver a
empezar, pero me ha venido estupendo para dedicarme a mi familia, y a Paula y
Loreto, nuestras gemelas. Así que todos le dijimos a mamá que era una gran
decisión. Y una vez tomada, solamente
había que hacer la mudanza y eso era cosa mía.
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