ESTE VIRUS NO NOS DEJA ABRAZARNOS, PERO NOS DEJA HABLARNOS

 Esta semana se ha cumplido un año de la declaración de la pandemia y del "quédate en casa".

Esto que comparto hoy, lo escribí en ese momento. 

Quisiera que sirva de homenaje y agradecimiento a todos esos sanitarios anónimos que se están esforzando cada dia, no sólo en salvar vidas, sino en hacer que todo esto sea más fácil para todos nosotros con sus palabras, con su voz. 

No puedo dejar de pensar en todas esas personas que siguen estando en las UCIs luchando contra el virus y escuchando todas esas voces tranquilizadoras y de ánimo...también va por ell@s. 

#No es lo que decimos sino cómo lo decimos. 

Espero que os guste. Mientras tanto, gracias por leerme! 



ALGUN DIA HACE UN AÑO...

Empecé a notar como se aceleraba mi pulso, la sensación de un cierto mareo y noté como mis manos se aferraban fuerte al volante. Era la primera vez que salía en 27 días y me dirigía al laboratorio donde me harían la famosa prueba PCR que te detectaba si habías contraído el virus. Claramente tenía miedo. 

Durante el confinamiento había aprendido que el cuerpo siempre manda señales de las emociones, pero que no siempre somos capaces de notarlas. Esta vez yo sí. Pude reconocer mi propio miedo. Y aunque estaba asustada, me sentía bien de ser capaz de reconocerme a mí misma y detectar aquella emoción. 

Durante unos segundos me hablé- respira hondo- me dije. Respiré lo más profundo y difícil que era capaz. Tenía que mantener la calma y la concentración en el navegador para llegar lo más directa posible y, sobre todo, no perderme. En realidad, lo que quería era volver cuanto antes. Mientras conducía intentaba analizar aquellas sensaciones y me seguía hablando. Apagué la radio para concentrarme mejor. Trataba de seguir respirando y seguir conduciendo. 

- A quinientos metros, manténgase a la derecha- repetía la voz sintetizada del navegador. 

Nunca he sabido calcular distancias a ojo, así que seguía leyendo los carteles y mirando de reojo el mapa de la pantalla de mi móvil que había colocado en el salpicadero del coche esperando que no se cayera y me viera aún más perdida de lo que me sentía antes incluso de subir al ascensor, cuando me coloqué la mascarilla y los guantes. 

Ocho minutos. Solamente habían pasado ocho minutos desde que salí de casa hasta que llegué a la puerta del laboratorio que indicaba “entrada de pacientes”. La calle estaba desierta. A lo lejos y en la acera de enfrente un señor paseaba a su Yorkshire. Silencio. Había silencio dentro y fuera de mi coche. Hace días que habíamos cambiado el ruido por silencio. 

Por el camino, había pensado que igual sería difícil aparcar. - Como todo el mundo está en casa, estarán todos los coches aparcados y no habrá huecos. Igual me toca dar un par de vueltas, o caminar un rato hasta el laboratorio. - me había estado diciendo a lo largo de la M30. Pero no. Había un sitio justo en la puerta. Como si me hubieran reservado el hueco para mí. Volví a respirar hondo. 

Al entrar, fue cuando caí en la cuenta de que lo que veíamos en la televisión y oíamos en la radio, no era una película, sino que la realidad. Esto estaba pasando. Se abrieron las puertas automáticas sobre las que colgaba el cartel “mantenga la distancia de seguridad”. 

No podía ver las caras de las tres chicas que me atendieron. Estaban enfundadas en sus EPIS. En pocos días todo el mundo había aprendido el significado de esas siglas: equipos de protección individual.  Trajes de protección de color blanco, gorro, guantes, mascarillas y gafas. No se podía reconocer de ninguna manera a la persona que te estaba hablando. 

Entonces pensé lo importante que, en estos momentos, es la VOZ. Cómo nos hablamos, qué palabras decimos, nuestra entonación, cómo modulamos. La voz se convierte en la única herramienta que tenemos para dar calor, cariño o consuelo, calmar nuestros miedos o hacer que no pasa nada, para estimularnos, para movernos, para seducir. 

Este virus no nos deja tocarnos ni abrazarnos, pero nos deja hablarnos. 

El poder de la palabra, lo que decimos, cómo lo decimos.

- Buenos días- dijo aquella voz vestida de blanco en un tono sosegado y tranquilizador, consciente de que su primera tarea era la de aplacar mi miedo y liberar mi mente de toda preocupación - ¿tenía cita?

Y algo cambió. Su tono afable funcionó como si me hubieran dado un lexatin. 

- Si - contesté todavía un poco acelerada - A las 13:40. 

- Bienvenida – dijo inyectando otra dosis más de relajante a mi ritmo cardiaco. 

- Necesito su nombre y DNI – continuó mientras miraba la pantalla del ordenador. 

Mi pulso empezó a decelerar con la simple medicina de su entonación. 

Pensé que jamás seré capaz de reconocer a aquella chica, ni a la que después me tomó la muestra de la nariz, con la pantalla de vinilo protegiéndole la cara, pero el timbre de sus voces delataba su juventud y me parecieron más valientes, si cabe. Se esforzaron en hablarme dulce y delicadamente, como si estuvieran frente a una niña con cuerpo de mujer. Una mujer asustada ante un simple algodón. Blandita. Y  sentí que estaba en "buenas manos" 

Nunca sabré si aquellas muchachas eran rubias o morenas, si tenían pecas o lunares, labios gruesos o finos, si su sonrisa era bonita. Pero me quedo con el abrazo de su voz

Volví a casa serena. 

Sencillamente Ana

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